lunes, 20 de octubre de 2008

LAS PATAS EN LA FUENTE



Le dolìan. Estaban llagados, enrojecidos como su rostro, pero lo que en este era producto del sol, en aquellos eran producto del esfuerzo. Y los kilómetros...

Fueron veintidos los recorridos ese dìa, desde el frigorìfico en el que trabajaba, cuando se aventurò a la gran ciudad, casi desconocida, casi ajena, casi extranjera.

Su Tucumán querido habìa quedado atràs hacìa ya 10 años y en todo este tiempo habìa conocido las miserias en las que habìan mutado las esperanzas de la gran ciudad. Esas “luces” habìan permanecido todos estos años, lejanas, solo su barrio humilde del Gran Buenos Aires lo habìa cobijado, un gran descampado que en esos años se nutriò de otros como èl, "cabecitas negras" diràn despuès los poderosos, despreciandolos.

Se mirò los dedos y los desconociò, hinchados, ampollados, sus pies eran dos “bofes”, como los del frigorìfico en el que trabajaba desde las 5 de la mañana y hasta entrada la tarde.

Estaba allì precisamente por causa de su trabajo. Alguien habìa pensado en los trabajadores como èl y habìa impulsado mejoras para los de su clase. Se notò enseguida: no solo mejores sueldos, sino mejores tratos, posibilidades de jubilarse y de ser indemnizado (le costaba pronunciar esta palabra) en caso de que lo echen y organización gremial para defenderse de los abusos.

La jornada se cortò de cuajo, ni media res ni nada, ni digestorio, ni menudeo, ni achuras, ni mondongueria. Todos pararon , se interrogaron con la mirada y decidieron “largarse” a la ciudad, a la plaza, para que lo dejen libre.

No hubo dirigente que valga, solo un profundo espontaneismo los impulsò hacia delante, hacia la ciudad de otros, a ocuparla , haciendose visibles para los que no querìan ver.

En el camino se encontraron con los demàs, que tambièn iban : ferroviarios, enfermeras, albañiles, peones de campo, telefònicos, hombres y mujeres sin carteles. Se animaron pese a los obstáculos y hasta el riachuelo fue superado, nada los detenìa.

Alguien dirìa después: “era el subsuelo de la patria sublevado”, pero eso èl no lo sabìa, porque simplemente estaba allì, herido en sus pies, pero orgulloso en su conciencia. Habìa llegado con los otros y seguian llegando, reconociendose todos como trabajadores: comùn denominador.

El agua de la fuente lo calmò, las introdujo con placer y espero que el fresco obrara. Habìa muchos como èl, sentados allì, mirandose, auscultando en su conciencia la pertenencia a una clase que se hacìa visible en una Argentina que ya no serìa igual.

Unas mujeres mojaron sus pañuelos y se enjuagaron la cara. El refregò sus pies entre sì, sintiò placer y alivio. Caìa la tarde. Se quedarìa. La foto se convertirà en el mayor símbolo de un momento històrico del paìs. Las patas en la fuente. Simplemente eso, nada mas que eso.


Era un 17 de Octubre. Ya de noche, hablarìa èl. Comenzò su discurso con una palabra que causò en su alma, el mismo efecto que el agua fresca de la fuente en sus pies. Al escucharlo y pese al cansancio supo que habìa hecho lo correcto. El lìder levantò los brazos como queriendo abrazarlos y comenzò diciendo : “Trabajadores…”.

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