La pena de muerte en boca de Susana Gimenez y otros famosos a encontrado “tierra fértil” en un sector importante de la sociedad, a tal punto, que cuando en el dìa de hoy el Sacerdote Marcò, que fue el ùltimo de los oradores (precedido por un discurso lavado de contexto por parte del Rabino Bergman y oportunista en cuanto a fomentar el voto en contra del gobierno) le tocò hablar, no tuvo mejor idea que perfilar el tema: “el que mata tiene que morir”, por supuesto que no para apoyarlo, sino para decir que “el odio no soluciona nada” y aprovechar a pedirles a los delincuentes que como “estamos en cuaresma” tienen la posibilidad de “convertitse y cambiar”. La iglesia diò pena en su participación en el acto, su intervención estuvo teñida de un voluntarismo vacìo, sin hacer una sola mención a las situaciones de marginaciòn, pobreza y exclusión que han devenido en la sociedad que hoy nos toca vivir.
Digo que dio pena, porque cuando el cura nombrò la “pena de muerte”, casi espontáneamente la gente comenzò a aplaudir, aunque al percibirse en el colectivo presente en plaza de mayo que el rumbo de las palabras era otro, la expresiòn de jùbilo se moderò hasta desaparecer. Son, al decir de un blog amigo, los “rìos subterraneos” que corren por la sociedad Argentina y que permiten que el discurso se anime y cale hondo, peligrosamente profundo.
La historia de los castigos ensayada por la humanidad no es otra que un muestrario de la brutalidad propia de un mecanismo organizado para producir dolor a seres humanos. La càrcel, aparece como institución que castiga recièn en el siglo XIX, pero lo hace como uno mas de estas respuestas siempre violentas y multiplicadoras. En sus comienzos se pareciò al cepo, la horca, el empalamiento, el desmembramiento, la decapitaciòn por guillotina, el envenenamiento, los azotes, y tantos otros metodos que averguenzan la conciencia de la humanidad. Sin embargo se aplicaron.
Debieramos haber aprendido que hace falta minimizar la cantidad de sufrimiento y maximizar la oportunidad de “ser rescatado” de la violencia en la que muchos caen. Los delincuentes condenados o no, debieran ser considerados por la sociedad como personas cuya dignidad debe respetarse, constituyendo este, un fundamento ètico y polìtico sustancial.
Nelson Mandela, ex presidente de Sudáfrica, con una historia cargada de persecuciones y encarcelamientos por defender los derechos de su raza, sostuvo que “no puede juzgarse a una naciòn por la manera que trata a sus ciudadanos mas ilustres, sino por el trato dispensado a los mas marginados, sus presos”.
Y estas palabras, en la Argentina de hoy, donde la mayorìa de las càrceles estàn pobladas por los mas pobres y desprotegidos, nos interrogan dolorosamente sobre nuestro propio ethos cultural, nos preguntan acerca de “nuestros rìos mentales”.
La Argentina ha sido muy generosa con Susana Giménez, Moria Casàn, el Facha Martel y tantos otros, es decir, ha sabido tratar a estos “ilustres famosos” con deferencia y mala memoria , pero no lo ha sido en absoluto con sus mas dèbiles, vìctimas de un sistema impiadoso, aplicado a rajatabla en nuestro paìs y tambièn en el resto de Amèrica Latina.
Al mismo tiempo que la plaza de Mayo discurseaba sobre esto, en el Congreso Nacional, la oposición debatìa acerca de la “calidad institucional” y la “repùblica”, intentando dejar a Cristina y su gobierno del otro lado del mostrador.
Pues bien, creo que uno de los lugares en donde se puede advertir con mayor claridad la debilidad de la Repùblica , de la institucionalidad y la vigencia del Estado de Derecho està constituido por las càrceles Argentinas, donde la brecha existente entre lo normado y la cruda realidad es enorme.
No es que ignore que una de las principales preocupaciones de la ciudadanìa sea el problema de la seguridad, pero esta demanda legìtima, es traducida por famosos y medios de comunicación còmplices, solamente como necesidad de endurecer penas, poner mano dura, bajar edades de inimputabilidad y en la voz de quien vive en Miami, “el que mata, tiene que morir”.
Es que encarar este tema, solamente desde la “pena”, el “castigo”, el “sufrimiento”, el “encierro”, la “castración” o la “pena de muerte” no es otra cosa que simplificar el conflicto y su complejidad creciente. Las causas del delito no son genèticas, no son individuales, son una construcciòn social, de la cual ninguno de nosotros puede ausentarse y mucho menos quienes se han beneficiado con su fama o concentrando riqueza.
El sistema carcelario, debiera ser el ùltimo eslabón de una cadena mucho mas amplia, donde las condiciones de justicia social necesariamente tienen que ser el eje central. Por eso la pregunta que debieramos hacernos es ¿ PARA QUE MODELO DE PAIS Y DE SOCIEDAD NECESITAMOS UN SISTEMA DE SEGURIDAD? En la respuesta a este interrogante radicarà la soluciòn o el agravamiento del problema, porque el futuro de la “seguridad” en la Argentina, resulta impensable solo con una burda propuesta de mas càrceles o pena de muerte.
Mientras se desconcentraba el acto en Plaza de Mayo, Cristina Fernandez, presentando la nueva “Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual” daba una respuesta genuina al tema de la plaza y al de la rubia. Decìa que uno de los objetivos de la ley era el “derecho a ser visibles” a todos los Argentinos. Es eso. Mientras no “veamos” lo que realmente sucede en su contexto, mientras no registremos como sociedad a los màs dèbiles , no quedarà otro camino que las rejas o el pedido “farandulero” de “La Mary”.
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