miércoles, 22 de julio de 2009

SEGUNDA NOTA: LA CARTA A EVITA

Vivían en Junín. La madre de Luisa murió cuando tenía 15 años y en ese entonces, la única hija casada era ella que ya estaba amamantando a uno de los suyos.
En el parto del último de sus hermanos, llamado Blas, muere la madre, el recién nacido queda sin “la teta”, pero será por poco tiempo, ya que la encargada de amamantarlo a partir de ese momento fue precisamente su hermana Luisa.

Se llamaba Luisa Graziano, tenía ojos vivaces y cuerpo pequeño.
Se casó con Pedro Brianza , un gringo llegado de Campobasso en Italia, lo conoció en Junín donde ella había nacido. El Brianza original mutó en “Prienza” en los oídos burocráticos de un sella- pasaportes nacional.
Una vez casados, Luisa y Pedro se establecieron en Tres Lomas, en la Colonia “La Grande del Sud”, donde arrendaron 250 hectáreas.

Ambos tuvieron 23 hijos, de los cuales vivieron 17. Dos camadas de mellizos nacieron entre ellos, dos varones y dos mujeres. Los nacimientos que faltan para llegar al primer número fueron malogrados, muriendo en el parto o poco mas grandes. Todos nacieron en el campo, con la sola ayuda de una comadre, una vecina que ayudaba a que los niños de los colonos vinieran al mundo lo mejor atendidos posibles.
Entre el mayor y el menor de los 17 hermanos vivos había unos 25 años de diferencia, un promedio de un año y medio entre crío y crío.

Vivian trabajando, tenían entre las actividades múltiples, un tambo pequeño que explotaban familiarmente.
Doña Luisa contó en 1980 para el semanario “La Prensita” lo siguiente: “ Yo era la cocinera, entonces puse un sulky con un caballito manso y una capota de bolsa, les llevaba la comida a todos, entonces se sentaban y comían al aire libre del campo. Yo le agarraba las orejas a las bolsas y se las alcanzaba, después subía y le ayudaba a acomodar, antes era corajuda la gente de campo ”


Cuando los colonos que arrendaban pudieron convertirse en propietarios durante el primer gobierno del general Perón, los Prienza pasaron de ser arrendatarios de 250 hectáreas a propietarios de 190 y de alguna manera, la necesidad de producir para mantener una familia numerosa sintió ese impacto de la falta de tierras.
En ese momento, uno de los adjudicatarios de un lote renunció al mismo y éste quedó vacante. Pedro no se animó, pero Luisa no se quedó con las ganas y con los ojos mas brillantes que nunca le comentó a su prole: “Le voy a mandar unas líneas a Evita para pedir ese lote”.
En esa carta Luisa trazaba un sencillo panorama de su situación familiar y centraba la argumentación en lo numeroso de la suya.

En escasos 15 días la respuesta llegó. Sencillamente, a vuelta de correo apareció la carta en la chacra, donde les decían que vieran al administrador de la colonia para que les permitiera hacerse cargo del lote solicitado.
Sin trámites burocráticos, sin intermediaciones innecesarias, sin “vueltas” y sin demagogias baratas, aparecía una respuesta rápida. La firmaba Eva Perón.

Luisa, la de los ojos verdes y el cuerpo pequeño, generadora de vida permanente, compañera del trabajo duro, alegre vecina, mamá ejemplar, la del corazón gigante, la mujer de Pedro, la madre de los “Prienza”, la que le escribió a Evita, la que creyó en ella, la que no fue defraudada.

1 comentario:

Unknown dijo...

Sabían que yo soy Nicolás Graciano,un sobrino bisnieto de Luisa y pedro? Que emoción. Nuestras vidas al fin de unen!!!!