Ayer los canales de televisión dieron cuenta de las imágenes de una Buenos Aires inundada, por segunda vez en pocos días.
Y más allá de la pésima gestión de Mauricio Macri y las patéticas declaraciones de Rodríguez Larreta que solo atinaba a decir que la gente “no cruzara las calles, pare evitar accidentes”, recordé un clásico de nuestra literatura nacional.
Se trata de una obra de Ezequiel Martinez Estrada, llamada “La cabeza de Goliat”, donde se hace referencia a que en realidad ese conglomerado no es tan grande, lo que ha quedado debilitado y minimizado es el resto de su cuerpo.
Estrada lo dice exquisitamente: “En vez de preguntarnos, como hasta ahora, por qué ha crecido fenomenalmente su cabeza de virreina, debemos preguntarnos por qué el cuerpo ha quedado exánime”.
Vale la pena internarse en estas definiciones, no solo para comprender la enorme y desproporcionada cabeza, sino para conocer su histórica escasez de infraestructura ante las sudestadas y lluvias copiosas.
Respecto a la temática del “agua”, comparto algunos párrafos de este libro que recomiendo. Su valor estriba en que están escritos en 1940 y aún hoy son significativos para una ciudad que parece desconocerse a si misma.
Respecto a la temática del “agua”, comparto algunos párrafos de este libro que recomiendo. Su valor estriba en que están escritos en 1940 y aún hoy son significativos para una ciudad que parece desconocerse a si misma.
Dice Martinez Estrada:
-“El pampeano Río de la Plata tiene su par en el bituminoso y glúteo Riachuelo, que carece de apelativo. Los nombres de ambos ríos, el uno con el advocativo de la opulencia soñada por el conquistador, y el otro, con su disminutivo común de jornalero. Todavía hubo el río Maldonado, que evocaba, como el Riachuelo, un pasado menos remoto, pero de pésima fama. Se lo entubó, con lo que ya dejamos de pensar en él”
-“El pampeano Río de la Plata tiene su par en el bituminoso y glúteo Riachuelo, que carece de apelativo. Los nombres de ambos ríos, el uno con el advocativo de la opulencia soñada por el conquistador, y el otro, con su disminutivo común de jornalero. Todavía hubo el río Maldonado, que evocaba, como el Riachuelo, un pasado menos remoto, pero de pésima fama. Se lo entubó, con lo que ya dejamos de pensar en él”
-“Otra venganza de la basura subterránea se ejercitó sobre el sistema de desagues. Cuando las aguas corrían por la superficie lo hacían mucho mejor. Los constructores de las obras sanitarias desconocían el pretérito inmediato de la ciudad, ignoraban la cantidad de agua que cae del cielo y la cantidad de desperdicios que se eliminan por las cloacas”
-“ La basura de los tubos se entendió con la del subsuelo y produjeron en mancomún el atascamiento de los años. Barrios enteros quedaban inundados en seguida de arreciar los temporales. La lluvia colaboraba, con su terquedad habitual, en la tarea de la compensación universal, pues acaso es la máquina divina de restablecer el equilibrio de todas las cosas”
-“ El agua quedaba borbollando en los sumideros y salía regurgitada en las bocas de tormenta como de la garganta de Caribdis. Aun semejan gárgolas de monstruos subterráneos. Grandes lagos y lagunas coadyuvan a la faena de las lluvias; de ahí que también llueva horizontalmente.”
- “Los vehículos que corren más ligero cuanto más agua hay-pues éste es un deporte para muchos automovilistas- aspergen lodo a las piernas de los transeúntes. Las baldosas y mosaicos de las veredas, casi siempre sueltos por solidaridad con la calzada, completan esos pediluvios y duchas de impresión”
-“ En los días de lluvia, llueve en todos los sentidos, de acuerdo con la arquitectura: desde el cielo, desde la calle y desde los balcones, de modo que se llega a casa con los pantalones húmedos y desplanchados, como si se bajara de un caballo montado en pelo”
-“También desde arriba llueva de diferentes alturas: desde el cielo y desde el balcón de cada piso. Llueve de verdad, en fin; a la perfección…”
-“ Por otra parte, Buenos Aires no es una ciudad construida para los días de lluvia, como Londres, sino para los días claros y luminosos.”
-“ Cuando llueve, Buenos Aires pierde todo su encanto. Se pone desaborida y de un sentimentalismo pueblero (…) hasta se pone desaborido de olor. En los ómnibus, tranvías y cines se percibe que el transeúnte, en general inodoro, huele. Las mujeres pierden su perfume personal y adquieren por contagio el de la ciudad.”
-“Cuando llueve, Buenos Aires se echa a perder, como los juguetes que se desencolan y los trajes que se encogen. En los días de lluvia vale más meterse en un café, en un cine o en una novela
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