Vino desde Italia, a "La Grande del Sud", una estancia de mas de 50.000 hectáreas perteneciente a Victorino de La Plaza y sus parientes , vino en calidad de arrendatario de un lote de unas 250 hectáreas. Pedro no lo dudó y al poco tiempo sus caballos y arados ya trajinaban en la zona. Era una nueva oportunidad. Pero la suerte no acompañó al principio. Corría el año 1942 y Pedro ya formaba parte del paisaje de esta región treslomense.
Por supuesto que no llegó solo. Lo hizo junto a doña Luisa Graziano, de cuerpo pequeño y ojos vivaces.
Fue la madre de 23 hijos, de los cuales vivieron 17. Dos camadas de mellizos nacieron entre ellos, dos varones y dos mujeres. En la segunda tanda, falleció una mujer. Los nacimientos que faltan para llegar al número 23, fueron malogrados, muriendo en el parto o poco después.
Todos nacieron en la chacra, con la sola ayuda de una comadre, una vecina que ayudaba a que los niños de la colonia vinieran al mundo lo mejor atendidos posibles.
Entre el mayor y el menor de los 17 hermanos vivos había unos 25 años de diferencia, un promedio de un año y medio entre crío y crío.
Solidarios y con fuerte vínculo familiar no supieron de egoismos. Don Pedro y doña Luisa, ofrecían lugar en su casa a dos de sus yernos, a un jóven que se crió entre ellos como un hermano más.
Ambos ya no están, pero quedan las entrevistas, especialmente las que se le hicieron a Luisa: "Los muchachitos a los 8 años estaban abajo de una vaca ordeñando una teta con un jarrita y lo cargaban en el tambor de la leche que venian a buscar porque nosotros vendíamos la leche. También hacíamos contrato para juntar cardos a 10 pesos la hectárea, una azadita cada uno detrás del padre..."
Y ella no dejaba de incluirse en el relato: "Yo era la cocinera, entonces puse un sulky con un caballito manso y una capota de bolsa, les llevaba la comida, entonces se sentaban y comían algo al aire de campo. Mi viejo tenía la chata para acarrear bolsas y nunca puso un peón para cargarla. Yo le agarraba las orejas a las bolsas y se las alcanzaba. Después subía y le ayudaba a acomodar..."
Se destacaron en la colonia por su familia numerosa y alegre y fue su casa la anfitriona de la reunión donde se creo en 1953, el Club Deportivo 17 de Octubre, después que el gobierno de Perón los convirtiera en propietarios, recién allí llegó la casa colectiva.
La madre de Luisa murió cuando ella tenía 15 años y en ese entonces también ella estaba amamantando al último de sus hijos.
El reción nacido quedó sin teta, pero fue por poco tiempo, ya que la encargada de proveersela a su propio hermano Blas, fue precisamente ella: Luisa.
Luisa Graziano, generadora de vida permanente, compañera del trabajo duro, alegre vecina, mamá ejemplar, todo eso en el cuerpo pequeño y los ojos vivaces, la del corazón gigante, la mujer de Pedro, la madre de los Prienza.
Cuando los colonos que arrendaban en "La Grande del Sud" pudieron convertirse en propietarios durante el primer gobierno del general Perón, los Prienza, pasaron de ser arrendatarios de 250 hectáreas a propietarios de 190 y de alguna manera la necesidad de producir de la familia numerosa sintió ese achique de tierras, aunque comenzaron a trabajar de otra manera, con mayor organización y planificación hacia el futuro. Nada podía ser peor que los leoninos contratos de arrendamiento.
En ese momento uno de los adjudicatarios de un lote, renunció al mismo y éste quedó vacante. Don Pedro no se animó, pero Luisa no se quedó quieta y con sus ojos brillantes comentó a toda la prole: "Le voy a mandar unas líneas a Evita, pidiéndole el lote".
Argumentos no le faltarían, bastaba poner el número de hijos.
Y así lo hizo. En esa carta, Luisa trazaba un sencillo panorama de su situación familiar y centraba la argumentación para solicitar la compra del lote en lo numeroso de ésta y en sus ganas de trabajar la tierra. En escasos 15 días la respuesta llegó, sencillamente, a vuelta de correo apareció la carta en la chacra, donde les decían que vean al administrador que ya tenía órdenes de cederles el lote.
Sin trámites burocráticos, aparecía una respuesta, rápida para una petición concreta de la familia, una mujer humilde, trabajadora rural, mamá múltiple, le escribía a otra mujer, también humilde pero que estaba en un sitial de poder.
Sí, ya sé que el post puede ser criticado, por el machismo propio de la época, por el trabajo de los niños, por todas las vejaciones que el sistema aplicaba a los más débiles, pero sería un anacronismo. Prefiero destacar otros aspectos sin desconocer aquellos. Creo que se entiende.
Como se entendieron Luisa y Evita. Las humildes se entendieron, se comprendieron en sus esfuerzos y entre ambas, concretaron una buena obra: la tierra debía ser para quienes la trabajaran.
Luisa Graziano de Prienza , en tu nombre y en el de Evita, en ese acto compartido, en el pedido y en la respuesta, en la necesidad convertida en derecho, mi homenaje a todas las mujeres en su día.
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