Vuelvo sobre la nota publicada en Fm3lomas.com.ar por el cura párroco treslomense, donde explicita que la batalla de Tucumán se ganó por un “milagro” dado por los rezos de Belgrano a la vírgen y que esto hizo caer una plaga de langostas que confundió al enemigo.
Ante tamaña afirmación, cabe preguntarse por el papel de la iglesia en las revoluciones primero y en las guerras de la independencia inmediatas que le siguieron para defenderla.
Por supuesto que cumplió un papel, pero no el que se intenta mostrar con “las langostas”.
En Bolivia, el obispo de la Paz fue un convencido realista y huyó a España en 1814; en Perú, en 1809, la gran mayoría de los obispos apoyaron a los españoles en contra de los revolucionarios; en México la mayoría de los obispos obraron de manera contraria a la revolución y solo en algún caso de manera indiferente. En Chile, el obispo de Concepción apoya la contrarrevolución realista y en 1815, ante el triunfo de los independentistas, huye a España. En Ecuador el influyente obispo de Cuenca era un convencido realista y luchó concretamente contra la independencia. En Colombia la mayoría de los obispos no aceptaron la Junta Revolucionaria; en América Central el obispo de Guatemala atacó el movimiento independentista y sólo en Venezuela el obispo de Caracas aceptó la independencia, sirviendo como intermediario entre los revolucionarios y la pastoral de ese país.
Como se vé, los obispos de esa época, permanecieron mas partidarios del rey, al viejo órden, que a los nuevos gobiernos.
En Uruguay no había obispado.
Y en Argentina, ya sabemos que el obispo Lué se mostró contrario a la Primera Junta, el obispo de Córdoba se unió al movimiento contrarrevolucionario por lo que fue desterrado y el obispo de Videla del Pino, fue expulsado por el propio Belgrano por considerarlo leal a los realistas.
¿Y el Papa? ¿Qué pensaría de estos movimientos revolucionarios que proponían cambiar el órden?. Por supuesto impartía ordenes a los obispados americanos para oponerse a los cambios, pero además recién reconoce en 1835 a la República de Nueva Granada y en 1836 a la de Méjico y recién después a todas las demás repúblicas. ¿Un poco tarde no?
También es justo decir que algunos sacerdotes de pueblo apoyaron la causa revolucionaria, constituyendo el mayor ejemplo en nuestro territorio el de Fray Luis Beltrán, que fabricaba cañones y fusiles para el ejército que cruzaría los Andes. Esto no invalida el accionar de la jerarquía de toda la iglesia de América central y del sur, ellos estuvieron decididamente a favor de los realistas, de mantener todo como estaba. ¿Para què la libertad?
Y volviendo al Papa, después de la Revolución en Venezuela, sucedió un terremoto grande en Caracas, la iglesia declaró que esa era “la ira de Dios” por los cambios sucedidos y calificó a los líderes libertarios de toda América como “langostas devastadoras de un tenebroso pozo” (De estas “langostas” habrìa que hablar)
Y así como en la batalla de Tucumán y en tantas otras libradas en territorio Americano, fue el pueblo mas humilde quien puso la sangre para consolidar las revoluciones, también ante los contraataques de las jerarquías eclesiasticas, los revolucionarios que lideraban no se impresionaron y fueron a fondo. La Primera Junta de gobierno de 1810, prohibió oficiar misa a los obispos de Buenos Aires, Córdoba y Salta y obligó a los párrocos comunes a leer desde el púlpito los artículos publicados en los periódicos revolucionarios.
El mismo San Martín desde Mendoza, ordenó sin vacilar y va textual: “todos los curas hicieran ver la justicia con que la América había adoptado el sistema de la libertad”.
La lucha por el sentido del pasado, siempre repercute en el presente y condiciona el futuro, y por eso hay que aclarar, aunque sea un sacerdote el que afirme.
La foto que ilustra la nota es relativamente contemporánea, pero creo expresa el sentido último del rol institucional cumplido en los momentos difíciles de América Latina.
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