Mientras la sarta de economistas
paniaguados comentan las alternativas de lo que sucede y temblorosos no se
animan a pronunciar la palabra cepo. Mientras la esquizofrenia periodística de
Viale pregunta, confunde y vuelve a preguntar, son unos pocos, no precisamente
los del lado de los ganadores en las PASO, los que le ponen el nombre: CEPO.
Después vendría el CORRALITO, por eso “no
crean pánico en la city”, aunque el pueblo no pueda comprar pan en Gonzalez Catán.
Don Alberto se fue a dar unas clases a
España, quizás pueda arrimar algo que nos sea de utilidad y no hablo del
remanido Pacto de la Moncloa, con el que eyacula Feinmann el malo y explicita
bien el otro Feinmann .
En fin, acá estamos un domingo durante
el primer clásico de estos hermosos 50 dias que nos esperan, entre cepos y
posibles corralitos.
El ministro Lacunzza tiene parientes en
mi pueblo, aunque solo atinan a contar cuando venia al campo y le gustaban
cuando encerraban a los caballos. Ahí, está, son etapas no cerradas de una
infancia compleja: CEPO Y CORRALITO.
Y para quedarnos en su etapa física y no
en su apliación figurada o conceptual, ya Eduardo Gutierrez explicaba que era
un cepo, siempre destinado al gaucho malo, al que no acataba las órdenes, al
que no era posible integrarlo al modelo
agroexportador sin esperar de él una reacción de lucha.
Era una viga de madera dura, cortada a
lo largo por su mitad, una vez abierta
se calaba trabajosamente un agujero para
la cabeza y dos para los brazos y si las maderas eran largas, este sistema se repetía para tener varios "cepiados" todos juntos. La parte de abajo estaba adherida al suelo, la
de arriba tenida con grandes bisagras permitia que la parte alta se cerrara
atrapando lo que había que atrapar. O en el decir del gobierno. “…haciendo lo
que hay que hacer”.
Se cerraba y aunque esa madera superior era lo
suficientemente pesada como para no ser levantada por quien lo sufrìa, igual se
le aplicaba un candado para que ninguna solidaridad pudiera intervenir en aquel
castigo infernal. Hubo otros cepos, todos sufrientes, el llamado “de lazo”,
donde boca arriba el torturado se ataba con lonjas de cuero a cuatro estacas
(brazos y piernas) y ahí quedaba
soportando vientos, fríos, calores, heladas, hormigas y lo que podamos
imaginar. El cuero era mojado para que al retorcerse tirara de los miembros.
Hubo otras formas también, pero el concepto básico se entiende.
José Hernández en “El Gaucho Martín
Fierro” o conocido mas tarde como “La Ida” no deja pasar la ocasión: “Y pa
mejor, una noche, que estaquiada me pegaron, casi me descoyuntaron”.
Esto es el cepo entre nuestros gauchos
que todavía resistían, antes de volverse peones mansos y obedientes al patrón que ahora desfila con ellos en las fiestas patrias aunque los negree en el sueldo, los envenene con glifosato y se
aproveche de todas las formas posibles de su familia. ¿Que gauchazos los patrones no?. No tengo
duda que de no haberse prohibido su uso por ley en 1911, lo seguirían usando, eso sí, "reperfilado".
El CEPO económico que hoy nos retrotrae
a De la Rua / Cavallo, que tuvo su pasada por los últimos años del “proyecto
nacional y popular” y que ahora a rajacincha el atolondrado Macri aplica en su
etapa final, tuvo un comienzo empírico mucho más terrible como acabamos de
rastrear. Ya no era que no se podían comprar
dólares, sino acomodarse para ser un peon útil al modelo agroexportador.
La mayoría de los porteños de la gran
manzana y de las casas de cambio, no tienen idea de su historia, salvo algunas
excepciones que no dudo existen, pero estoy seguro que preguntados por el
mismo, no atinarían a pensar en otra cosa que “en eso que se hace para no dejar
trabajar al libre mercado” en música liberal o en “ en eso que no permite
extraer los ahorros de toda una vida” en cuarteto nac & pop.
Por supuesto que en términos de Dujovne
suena mas terrible por su cinismo y porque evidentemente tenía razón en no
traer su dinero aquí porque no eramos/era confiable. Pero tampoco alcanza el
Clio desvencijado de nuestra propia Heidi bonaerense.
Ganaremos las elecciones sin dudas, por
amplio margen, pero esta democracia deberá contestar rápido, porque nos acucia
la pregunta desde 1983: ¿Qué niveles de desigualdad tolera el sistema donde todos
valemos uno a la hora de votar, pero al otro día, algunos entran en default y
otros se siguen enriqueciendo?.
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