Como integrante del proyecto JOVENES Y MEMORIA
que se realiza todos los años en la Provincia de Buenos Aires, he tenido oportunidad
de visitar varias veces la ESMA :
en algunas ocasiones para mostrar el producto final que los alumnos habían
logrado (aunque siempre lo importante es el proceso de investigación y el nuevo
paradigma de aprendizaje que supone), otras veces como capacitando,
concurriendo a seminarios muy variados y ricos.
Recuerdo a mis alumnos felices exponiendo el ùltimo de los proyecto en forma de video documental llamado “MUCHA SOJA, POCO TRABAJO”, el
intercambio con compañeros de otras partes del paìs, el escuchar los trabajos
de otros colegios y el poder charlar con docentes compañeros.
La comida y la bebida siempre formò parte de
estas situaciones, el choripàn tambièn y jamàs nadie hizo hincapié en que ese
acto (en una ESMA recuperada del horror y puesta al servicio de la verdad, la
justicia y la memoria) pudiera siquiera rozar la memoria y la lucha de los
desaparecidos y de los que pudieron salvar su vida pasando por ese centro
clandestino de detenciòn.
Esos 35 edificios que antes albergaban las
madrigueras del horror, la muerte sistemàtica, tecnològica, brutalmente frìa,
hoy son otra cosa y solo quien los ha podido recorrer saben de que hablo.
La ùltima vez que estuve fue el año pasado
cuando fui invitado junto a varios docentes de la Provincia de Buenos
Aires a un seminario sobre MALVINAS, donde la temàtica no se quedò precisamente
en la geografìa de las islas, sino en tema aùn inconcluso de la SOBERANIA , inconcluso y
amplio, tan amplio como uno pueda pensar un paìs soberano y las acciones polìticas
que hoy deben realizarse para materializarla. Fue muy bueno.
Funcionaron 3 grandes carpas: una con los
seminarios propiamente dichos, otra como carpa comedor donde uno recibìa una
suculenta vianda y la tercera dedicada a todo lo administrativo:
acreditaciones, certificados, pago de viàticos y todo eso.
Cuando salìamos entre ponencia y ponencia la
comida estaba presente, junto con el mate que cada uno habìa acarreado desde
sus pagos y todo estaba bien, el espacio realmente se habìa recuperado, los docentes sentados en los cordones, eramos los dueños del lugar.
Por
supuesto que si uno visita la parte del àtico del Casino de Oficiales, el tercer piso, donde
estaban las “cuchas” para los entabicados que después serìan tirados al mar
(previo calmante que burlonamente llamaban pentonaval), allì a uno no se le
ocurre comer y ademàs està claramente prohibido. Y està bien que asì sea. Pero
en el resto del predio la vida latìa.
Estoy escribiendo después de ver el
tratamiento de la noticia que hizo TN al respecto de una visita guiada que tuvo
lugar este ùltimo sàbado , donde un ex detenido sobreviviente de la
ESMA tuvo algunos cruces con integrantes de la agrupación HIJOS,
que-segùn TN- estaban con algunos funcionarios de la Secretarìa de Derechos
Humanos de la Naciòn ,
preparando un asado al aire libre”. Otra vez la comida y ademàs, estaba una
murga practicando.
¿Acaso no recorrieron todo el predio? Hay
salas de cine, de teatro, lugares para exposición de esculturas y pinturas,
salas de conferencia y por supuesto lugares para todo tipo de manifestación artìstica
que glorifica la vida y le hace pito catalàn a la muerte.
En el luegar mas bonito del predio remodelado,
de hecho hay un barcito donde uno puede sentarse y degustar lo que haya llevado
o lo que quiera pedir.
Cuando escribìa mi propia vivencia me vino a la mente un pàrrafo de una
sobreviviente de la ESMA ,
Se trata de “Poder y desaparición: Los campos de concentración en Argentina” de PILAR CALVEIRO.
El pàrrafo forma parte del sugestivo tìtulo; “La
vida entre la muerte”. Allì Calveiro habla precisamente de “la comida”.
Lo dice asì:
“La comida era sòlo la
imprescindible para mantener la vida hasta el momento en que el dispositivo lo
considerara necesario; en consecuencia, era escasa y muy mala. Se repartía dos
veces al día y constituía uno de los pocos momentos de cierto relajamiento.
Sin
embargo, en algunos casos, podía faltar durante días enteros; por cierto muchos
testimonios dan cuenta del hambre como uno de los tormentos que se agregaban a
la vida dentro de los campos.
La comida era desastrosa o muy cruda o hecha un
masacote de tan cocinada, sin gusto. Estàbamos hambrientos, habìamos aprendido
tan bien a agudizar el oìdo, que apenas empezaban los preparativos, allà lejos,
en la entrada, nos desesperàbamos por el ruido de las cucharas y los platos de
metal y del carrito que traìa la comida.
Se puede decir, casi, que vivìamos
esperando la comida, la hora del amuerzo era la mejor, por eso apenas terminàbamos
y cerraban la puerta, comenzàbamos a esperar la cena.
Por la escasez de alimento, por la posibilidad
de realizar algunos movimientos para comer, por el nexo obvio que existe entre
la comida y la vida, el momento de comer es uno de los pocos que se registra
como agradable, poco a poco, comencè a esperar la hora de la comida con
ansiedad, porque con la comida volvía la vida a travès del ruido de ollas, con
el ruido de la gente.
Parecìa que la cuadra donde estàbamos los prisioneros
despertaba entonces a la existencia.”
No sè, quizàs ayude al debate. Mi propio
testimonio de cómo vivì varias veces, el comer en la ESMA y el impecable relato de
Pilar Calveiro, donde vida y comida, iban juntas.
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