Nunca nos pusimos de acuerdo si tenía once o doce años. Era una pointier que criamos de cachorra, cuando "Arito" Gonzalez nos la regaló para los chicos.
Perdicera nata, como indica su raza, supo acompañarme algunos domingos al campo, de tranco rápido y nariz al suelo, costaba alcanzarla.
Pelaje corto y carácter dulce, buena con los chicos, al punto de dejarse cabalgar sin chistar.
Dueña del patio, celosa guardiana sin morder jamás, merodeadora de vecinos que también ayudaban con su dieta.
Durante todo el año y especialmente en primavera y verano, cuando el mate salía afuera, ella, como marcando una solidaridad de género, simplemente se echaba al lado de Titi, sólo cerca de ella, al alcance de su mano, observando el ir y venir del amargo, como compartiendo el momento.
¡Mujeres se entienden ¡, diriamos humanizándola demasiado.
Hace unos meses que tenía una compañera, oriunda de La Plata, donde los chicos la habían rescatado del mal trato y en la especial Plaza Italia la "sacaron de la calle", para ocupar el departamento primero y adueñarse de Tres Lomas después: Empanada se llama la recién llegada, cachorra con comportamientos de cachorro, hostigaba con su juventud a nuestra "vieja" perra perdicera, obligándola a juegos que si bien la mantenían en forma, era evidente que la agotaban.
Las dos compartieron un buen tiempo y este verano la familia fue de nueve miembros.
Veinte horas de hoy sábado, acceso Belgrano, el auto salía del pueblo demasiado fuerte, ella se cruzó y todo terminó ràpidamente, casi sin darnos cuenta, caminábamos con ambas y la escena quedará dolorosamente guardada en la memoria, casi para no compartirla, no hace falta.
Los chicos fueron avisados, los más grandes se comunicaron por teléfono haciendo saber sus sentimientos y los mas chiquitos no se resignan. Facundo de diez, le hará un dibujo para recordarla, justo en el tapial al lado de donde la enterramos, en el patio de casa.
Te vamos a extrañar Luna. Ese era tu nombre.
2 comentarios:
Qué tristeza!! Un beso para todos
Yo la llamaba luna y era morocha,
como aquella que acunan mis arrabales,
con la filosofía del “meta y ponga”
del barrio donde somos todos iguales.
Yo la llamaba luna y fue un cualquiera
del barrio del infierno, el muy taimado,
que se cruzó de amores en su camino
y se llevó a mi luna, que hoy lloro en tango...
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